Cuando vuelves a un lugar en el que ya has estado antes, hay ciertos sentimientos que se encuentran. Por un lado, crees que conoces el sitio, que sabes con lo que te vas a encontrar y eso hace que te crees unas expectativas de cómo serán tu siguiente visita, haces planes e intentas organizar los días que vas a pasar allí basándote en los que ya pasaste y suponiendo que todo será igual. La cosa es que la mayoría de las veces no es todo igual; puede cambiar el clima, la compañía, pueden surgir contratiempos, pero sobre todo el que cambia eres tu, ya que no eres el mismo cuando te adentras en un sitio por primera vez a cuando ya has estado antes.
Algo así fue lo que me pasó al volver al norte de la República Checa. Estas últimas semanas han estado mis hermanos de visita Berlín y desde que volví de Benecko tenía claro que quería llevarlos allí para enseñarles ese lugar que tanto me había gustado.
Durante la organización ya empecé a darme cuenta de que no sería igual que la vez anterior, habían subido las temperaturas, la nieve se había ido… ¡un drama! Yo quería enseñarles el lugar tal cual yo lo había conocido, con las montañas de nieve a ambos lados de la calzada, las ramas de los árboles con una capa enorme de nieve, despertar y ver todo el paisaje blanco por la ventana de un hostel de madera.
Durante todo el camino en coche por Alemania y Polonia no vimos ni un poco de nieve. Las carreteras que deberían estar nevadas estaban completamente limpias, donde deberíamos estar a unos -4º estábamos a 8. Lo teníamos asimilado, plantearíamos el viaje de otro modo y dejaríamos el snowboard y los muñecos de nieve para otra ocasión.
No fue hasta bien entrados en la República Checa, cuando casi llegando a Strážné – pueblecito donde se encontraba nuestro alojamiento – que comenzamos a ver un poco de blanco a los lados de la calzada. A la mañana siguiente cuando nos asomamos por la ventana pudimos ver el paisaje bastante más blanco de lo que nos pareció la noche anterior cuando llegamos.
No montamos en el coche dirección a Benecko. A decir verdad el tiempo estaba perfecto, la carretera estaba limpia y el cielo despejado, por lo que se podía conducir bastante bien y lo que es mejor, se podía ver perfectamente el paisaje y las montañas.
El camino hacia Benecko en coche fue una parte fundamental de mi viaje. Me enamoraba lo que veía y me sorprendía como si fuese la primera vez que pasaba por allí, en ese momento y con esas vistas no me importaba cuánto tardase el trayecto, ni a qué hora llegaría al destino, porque ese era el destino en sí.
Como la nieve ya no era la protagonista, reparé mucho más en todos los demás detalles, los cuales hacía menos de un mes, habían estado ocultos bajo un manto blanco. El color verde y la leña eran algunos de esas cosas que se me habían escapado en mi viaje anterior. Toda la leña que acumulan los habitantes del pueblo durante el otoño para prender sus chimeneas en invierno.
Estas huellas son de un perro muy juguetón que no paró de revolcarse en la nieve y jugar en todo el tiempo que estuvo allí.
De noche en la nieve
Cuando cayó la noche vi la nieve brillar.
Las culpables eran las luces de esta posada, que iluminaban con sus cálidas luces toda la gran extensión de terreno que había tenía a sus pies.
Para nuestra sorpresa, esa noche nevó y a la mañana siguiente cuando nos asomamos por la ventana estaba todo blanco. Así era exactamente como había conocido ese pueblo por primera vez y como lo recordaba, blanco y con esa niebla que amenazaba con seguir nevando.
Se puede decir que al final tuvimos de todo y me alegré de ello. Pude ver una nueva cara de la República Checa, la de un invierno que alerta con terminar, con cielos despejados y valles que intentan reponerse del frío invierno cambiando su color del blanco y marrón al verde.
Al final pudimos hacer snowboard y nuestros muñecos de nieve, que por cierto os los voy a presentar.
Me despedí de Benecko por esta temporada con mucha pena. La vez anterior fue mucho más fácil porque sabía que iba a volver es incluso tenía la fecha, las despedidas siempre son mucho más fáciles si sabes cuándo va a ser el reencuentro. Mi primer reencuentro con este pueblecito estuvo repleto de emociones, antes de llegar me decepcionó, una vez allí me sorprendió, me mostró otra cara, lo viví de forma diferente aunque una cosa no cambió… me dejó con las mismas ganas de volver y con un poco de melancolía invernal.
Leave A Reply