Anoche salí.
Y digo que salí, porque salí como se sale en España. De noche, arreglada, con un vestido, zapatos de tacón y a una discoteca de esas donde las canciones se cantan. Los que conozcan Berlín, entenderán el énfasis en la afirmación.
Todo pintaba ser como una noche cualquiera más. Hacía una noche de verano perfecta, estaba rodeada de amigas, buen humor y de música que se prestaba a ser bailada. Nos lo estábamos pasando bien.
Llegados a cierto punto de la noche una amiga quería salir a tomar el aire. Salimos todas a la terraza.
Y es ahí donde conoces a gente y se pueden mantener conversaciones medianamente normales apartadas un poco del bullicio. Nos sentamos, y un par de chicos nos preguntaron muy amablemente si los asientos a nuestro lado estaban libres, a lo que respondimos que sí.
No sé si fue por las dos copas de más que llevaban o porque realmente les llamó la atención que estuviésemos hablando en una mezcla de tres idiomas diferentes, lo cierto es que acabaron entablando conversación con nosotras. Al principio sobre tonterías pero se fue volviendo más seria por momentos.
No recuerdo bien las preguntas que me hizo o las respuestas que le di, pero acabó llamándome ‘The Polymath Girl’.
Obviamente exageraba.
Pero eso me hizo pensar, ¿qué clase de conversaciones se solían tener en las discotecas?
Definitivamente no la que estaba teniendo, aunque al fin y al cabo no estábamos hablando de nada trascendental, en mi opinión eran cosas de (como solía decir una antigua profesora que tuve), culturilla general.
Dado que yo sostenía que no había que ser un genio, ni tener 2 carreras universitarias para tener un mínimo de cultura general, hicimos un trato. Escogimos aleatoriamente cada uno a 5 personas y les hicimos una pregunta. Yo tenía que demostrar que mis 5 sí iban a saber cuál fue la capital de Alemania antes que la actual Berlín y él, que no. El que acertara más, ganaba. Yo perdí. Escogí mal.
Si bien con eso me divertí, por un momento, no solo me sentí un poco fuera de lugar, sino que me tocó pagar una copa de más. Luego volví a entrar con mis amigas a la discoteca y se me pasó.
De camino a casa iba en el metro, sola.
Miré a mi alrededor y solo vi aquello que uno se encuentra una noche de fiesta a las tantas de la madrugada. Botellas por todos lados y gente borracha. Con un poco de suerte algunos ya estaban medio dormidos, a otros me tocó escucharlos gritando sus elocuentes ideas.
Yo iba a lo mío, pensando en cómo había ido la noche, cuando un chico que había a dos asientos de mi, le hizo una pregunta al grupo de enfrente y acabó haciéndome la misma pregunta a mi.
Lo primero que se me vino a la mente fue «ahí está el gracioso de turno», aunque por no ser una borde, respondí. Al notarme mi super acento alemán, me preguntó que de dónde era y no me preguntes cómo, pero acabamos hablando de todo. Minutos más tarde una mujer entró en el metro, a la que él le cedió su asiento para sentarse a mi lado.
Supongo que a veces pasa y que hay gente con la que simplemente tienes conexión. Hablamos de política, de economía, de Berlín, de Estados Unidos, de religión, de la situación de Europa, de la del mundo y hasta de música y arte. Hablamos de todo lo que había que hablar y estuvimos de acuerdo en casi todo.
No recuerdo cuánto duró el trayecto, pero me pareció lo suficiente largo como para poder arreglar el mundo.
Durante todo el tiempo no cruzamos ni una palabra sobre él, ni sobre mi. No hubo flirteo. Lo único que sé de él es que era de Estados Unidos y que había venido a Berlín por trabajo. No sé su nombre. Ni siquiera creo que recuerde bien su cara, solo recuerdo dos grandes ojos azules.
Parece como si hubiésemos tenido que coincidir ahí, en ese vagón, en ese momento para avivar las esperanzas de saber que aún hay gente ahí fuera que se preocupa y reflexiona sobre lo que pasa en el mundo y hacerme sentir que, después de todo, yo no estaba tan fuera de lugar.
Mi estación se estaba acercando.
– La siguiente es la mía.
– Entonces, ¿te bajas ya?
– Así es.
– Perdona, ¿me dices tu nombre?
– Montse
– Okay Montse, ¿seguro que quieres bajarte del tren en la próxima estación?
Seamos honestos, la conversación estaba interesante. Definitivamente me había sorprendido.
Sé que si me hubiese quedado, probablemente hubiéramos desayunado juntos y nos hubiésemos quedado hablado durante horas, sobre cosas súper interesantes.
Pero creo que en la vida hay situaciones que se merecen la exclusividad del momento para ser bien recordadas. Y esta era una de ellas.
Al fin y al cabo la vida es eso, ¿no? un viaje en el que en algún momento distintas personas se suben a tu vagón, te enseñan algo, aprendéis, pasáis un buen rato y llegados a su estación, se bajan.
Sabía que al levantarme de ese asiento no nos volveríamos a ver más. Yo me convertiría en la chica del metro y él, en el chico del metro. Aún así, mi noche había acabado.
– Sí, quiero.
–Have a nice life, Montse🙂
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